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El peso de la comunicación

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Para mantener una relación romántica se requiere lo obvio: paciencia, tiempo y comunicación honesta. Para que progrese esa relación, casi siempre se tiene que aprender a ser flexible; como en mi caso—entender el significado de Star Wars, entre otras cosas.

Al cabo de un tiempo, relativo para cada pareja, es obvio cuando llega el momento en que sabes que tu relación ya no es nueva y llena de nervios divertidos, sino una relación duradera que va a tener momentos aburridos que aprendes a sobrellevar si realmente quieres mantener tu relación.

Es cuando sabes que ya no estas en una relación pasajera sino una estable, la cual puede incluir Navidades compartidas, más comida de lo que es necesario y padres que siempre quieren que estés con alguien mejor pero al final aceptan tu realidad. Las relaciones serias siempre van a tener sus momentos buenos y sus momentos malos. Para poder mantener una relación saludable, las dos personas necesitan saber cómo arreglar sus problemas sin causar otros innecesarios.

Pero ¿qué pasa si tienes un problema superficial? ¿Algo que en realidad, cuando lo pones en perspectiva, comparándolo con las noticias del mundo, no es un problema; pero desafortunadamente, todavía te molesta porque no puedes ser hipócrita y no quieres un novio gordo; y aunque trates y trates de ser flexible con toda tu poderosa energía femenina, al final del día nada cambia porque sabes que cuando te despiertes tu novio seguirá siendo tu amor rechonchito?

Bueno, pues ese fue mi problema. Y durante muchos meses no sabía cómo actuar cuando mi novio querido, con sus rulos cafés sobre su cabeza gringa, se quitaba su camisa para ir a la piscina luciendo al mundo sus rollitos blancos idénticos al relleno de una empanadita dulce (tal vez un poco más suave y blandito).

Cuando empezó a engordar—primero su panza, después su cara y finalmente sus hombros de gelatina—lo ignoré, como ignoro a mi gato en las mañanitas cuando empieza a maullar porque tiene hambre y quiere sus Friskies de sabor a salmón. Lo ignoré cuando comía What-a-Burger después de su cena en casa. Lo ignoré cuando empezó a comprarse Levi’s con más espacio en la cintura. Pero un día, cuando caminaba por el campus de la Universidad de Houston y el sol del verano quemaba mi piel adolescente porque fui muy floja para aplicarme protector, tuve una epifanía. Estaba mirando a una niña darle de comer a una ardilla con paciencia y cariño, cuando finalmente se me ocurrió lo obvio: ¿Por qué no le ayudo a mi novio con el que llevo dos anos y medio juntos?

Sí, admito que me molestaba que las camisas de mi novio exageraran sus gorduras hasta que se podía contar cada rollo en su abdomen. Pero también estaba sintiendo algo que no quería admitir: estaba preocupada por su salud. Mi novio siempre cuidaba su peso porque sabía que la obesidad era común en su familia, al igual que los ataques del corazón y otras enfermedades que se pueden evitar con ejercicio y una buena dieta.

Después de ver esa ardilla con sus patitas peludas comiendo los chips de esa niña, me di cuenta que era necesario hablar con mi novio como amigos. Él me escuchó, me entendió, y juntos progresamos perdiendo un poco de peso: paseando mis perros por la noche, comiendo mejor, limitando su amor por el Dr. Pepper, y trotando en las tardes. Sigue gordito, pero es un gordito sano que no me molesta (de verdad).  Lo que yo había olvidado, mientras mi novio se inflaba e inflaba, es algo esencial de las relaciones: el poder de la comunicación.

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